This entry is part of the inaugural My Miami Migration Short Essay Contest. The program, created by Cátedra Vargas Llosa, was designed to engage young people in South Florida in the art of writing while reflecting on their migration experiences.
En seiscientas palabras no cabe toda mi historia, pero mágicamente en una maleta sí. Todo comenzó a mis ocho años, cuando por primera vez vi a una de las personas que más amo irse con una maleta y un propósito. Eran aproximadamente las ocho de la noche en el aeropuerto de Maiquetía en Caracas, Venezuela. Vi llorar a mi mamá como nunca antes. Jamás pensé que un ser humano podría derramar tantas lágrimas, hasta que yo misma lo viví. Nunca supe cómo expresar lo que sentí aquella noche. Me invadía un dolor inmenso, no sabía que pasaba ni por qué mi familia lloraba; lo único que sabía era que mi papá se había ido. No sabía si regresaría, teníamos esa vaga esperanza en ese entonces de volverlo a ver en persona. Después de ese momento, se volvió regular ver a más y más familiares, amigos y conocidos irse del país, cada vez eran más y más las lágrimas derramadas en el suelo del aeropuerto. Ese suelo tan bonito y artístico con mosaicos que resonaba con las ruedas de las tantas maletas que vimos partir. Luego de tantas lágrimas ese hermoso suelo, también se deterioró junto con la gente de mi hermoso y lastimado país.
Durante años de despedidas y lamentos, fueron muchas las maletas que vi irse. Algunas eran nuevas, otras llenas de polvo y viejas, algunas no llevaban mucho tiempo guardadas, y otras eran unos simples morrales escolares, ya que no permitían llevar mucho por persona. Eso es otra de las cosas de las que me había percatado durante ese tiempo, ¿Qué tanto se nos permitía llevar? El porqué de todo esto aún se me hace un misterio, un misterio que quizá nunca quiera resolver. A veces pensaba que la vida no me sonreía durante esos años de soledad. Aunque mi madre estuvo conmigo durante todo ese tiempo, y yo con ella, sentía que ese vacío que había dejado mi padre nunca se llenaría hasta verlo en persona y que me diera respuestas. ¿Por qué todo había ocurrido de esta manera?, ¿tenía que ser así?,¿Cómo cabe una vida en una maleta? éstas preguntas aún me comen la cabeza de vez en cuando a pesar de saber algunas de sus respuestas.
Una de esas respuestas me llegó después de siete años cuando me tocó a mí poner mi vida entera en una maleta. Aún me pregunto qué habría pasado si hubiese guardado cosas diferentes a las que tengo hoy conmigo. Ese día sentía que mi mundo se venía abajo, por una parte, estaba la emoción de ver a mi padre nuevamente, y por otra, el dolor de la despedida de amigos y familiares. Decir adiós a mis amigos fue lo que más me dolió; lo que yo habría dado por llevarlos conmigo.
Esta vez era mi turno de pasar por el ahora decaído piso del aeropuerto, con mi morral escolar encima y mi maleta en mano. Sonaban aquellas ruedas en camino a un nuevo futuro, que ni yo misma me esperaba fuese tan brillante. He pasado por mucho, pero no me define lo malo, sino la manera en la que lo he vencido todo y he encontrado formas de disfrutar mis procesos junto con esos que más me aman. He ido llenando poco a poco una nueva maleta con esperanza y amigos nuevos, sueños y experiencias que me hacen cada día mejor. Mantengo mis afectos intactos a mis amigos eternos. Al final, no importa cuántas cosas lleves, lo importante es que puedas rehacer tu vida así sea a partir de una maleta.